LA HERMOSA CALIGRAFÍA DE UN
RENGLÓN DE TIERRA
No lo hacemos, pero es fácil
decir “cambio un día, una mañana” y salgo a buscar aire fresco. Apenas unos
pasos, unos cientos de metros recorridos y se abre una ventana al valle en su
despertar plácido.
Nos disponemos a escuchar al
profesor, que ha venido amablemente a enseñarnos a hacer una exploración del
suelo; el suelo –nos explica- es la piel de la tierra, una fina capa que nos
ofrece cobijo y que a la vez abriga la tierra, rosa varada en el espacio.
El suelo es sustento de esa
materia orgánica, humus rico de aquello que en principio parece que se pudre,
que se muere sobre él y no es sino una cadena inteligente de seres diminutos,
bacterias-proteínas que nos mantienen vivos.
Los chicos van barrenando el
suelo, extraen la tierra y la esparcen con ayuda del profesor en sucesiva
línea. El profesor lee sobre esos montoncitos, la edad de la tierra, de su
color, su composición, el grado de nutrientes que alberga, nos agachamos y la
deslizamos entre los dedos, para sentir su textura, su densidad, si hay roca o
arena, si es suave borra bajo el viejo alcornoque.
Lectura hermosa del suelo sobre
el suelo, la caligrafía de tierra y arena con su particular morfología y
sintaxis, cuya oración principal hablaba de esa humildad en la escala de
colores, a la vez que de la grandeza de lo que ofrece: La hermosa caligrafía de
un renglón de tierra.
Un renglón tumbado en la mañana
aún húmeda que nos acaricia e ilumina para despertarnos un poco.
Alcornoques añosos, abuelos
perspicaces que nos acechan en el ascenso al puerto y nos confortan como
testigos del tiempo. Un corro de escolares, algunos más alegres que otros, que
en torno a la ermita aprenden historia: caminos, transito de vías, traída de
agua, aprovechamiento de pastos, bienes comunales. Un balcón hacia el valle que
se escribe con V su propia falla descendente. Nos lo cuenta la voz sabia de
otro profesor que ya se va, pero que se
queda con nosotros.
Y más arriba saber que nos espera
la roca, el horizonte, otra línea engañosa que siempre nos llama y siempre se
mantiene en la distancia. Cuando más esperábamos hallar esa suavidad del clima,
oír los pájaros, las vacas que pastan entretenidas, vigilantes o absortas, el
camino se endurece. Ya llegó allí la
mano torva, práctica del hombre, que superpone eficacia ¿para qué?, limpieza ¿de
qué?, a la hermosura, al tacto natural de la tierra bajo los pies, allí han
superpuesto el cemento, que todo lo iguala, endurece y aisla.
Esta mañana el valle y su paisaje
estaban con su traje adusto del diario
vivir, sin estridencias, sin llamar la atención, hablaban bajo, nos trasladaban
su sosiego (¿porqué empeñarnos en tapar sus poros?).
Partimos con el verso de Machado “caminante
no hay camino se hace camino al andar, caminante son tus huellas el camino y
nada más”, hemos cumplido ese camino poco a poco esta mañana y dejamos
escrita la página amable de su recorrido, pero de todo él me quedo con ese renglón de
tierra removida, puesto en fila tras hurgar la entraña humilde de ese suelo que nos ha enseñado esta mañana, que
no podemos olvidar que pertenecemos a él y en él cobramos nuestro más hermoso
sentido.
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