miércoles, 16 de octubre de 2013

Lectura en el Paisaje / Generación del 98 + Estudio de Geología



LA HERMOSA CALIGRAFÍA DE UN RENGLÓN DE TIERRA

No lo hacemos, pero es fácil decir “cambio un día, una mañana” y salgo a buscar aire fresco. Apenas unos pasos, unos cientos de metros recorridos y se abre una ventana al valle en su despertar plácido.
Nos disponemos a escuchar al profesor, que ha venido amablemente a enseñarnos a hacer una exploración del suelo; el suelo –nos explica- es la piel de la tierra, una fina capa que nos ofrece cobijo y que a la vez abriga la tierra, rosa varada en el espacio.

El suelo es sustento de esa materia orgánica, humus rico de aquello que en principio parece que se pudre, que se muere sobre él y no es sino una cadena inteligente de seres diminutos, bacterias-proteínas que nos mantienen vivos.

Los chicos van barrenando el suelo, extraen la tierra y la esparcen con ayuda del profesor en sucesiva línea. El profesor lee sobre esos montoncitos, la edad de la tierra, de su color, su composición, el grado de nutrientes que alberga, nos agachamos y la deslizamos entre los dedos, para sentir su textura, su densidad, si hay roca o arena, si es suave borra bajo el viejo alcornoque.

Lectura hermosa del suelo sobre el suelo, la caligrafía de tierra y arena con su particular morfología y sintaxis, cuya oración principal hablaba de esa humildad en la escala de colores, a la vez que de la grandeza de lo que ofrece: La hermosa caligrafía de un renglón de tierra.

 Un renglón tumbado en la mañana aún húmeda que nos acaricia e ilumina para despertarnos un poco. 

Alcornoques añosos, abuelos perspicaces que nos acechan en el ascenso al puerto y nos confortan como testigos del tiempo. Un corro de escolares, algunos más alegres que otros, que en torno a la ermita aprenden historia: caminos, transito de vías, traída de agua, aprovechamiento de pastos, bienes comunales. Un balcón hacia el valle que se escribe con V su propia falla descendente. Nos lo cuenta la voz sabia de otro profesor que ya se va, pero que  se queda con nosotros.

Y más arriba saber que nos espera la roca, el horizonte, otra línea engañosa que siempre nos llama y siempre se mantiene en la distancia. Cuando más esperábamos hallar esa suavidad del clima, oír los pájaros, las vacas que pastan entretenidas, vigilantes o absortas, el camino se endurece.  Ya llegó allí la mano torva, práctica del hombre, que superpone eficacia ¿para qué?, limpieza ¿de qué?, a la hermosura, al tacto natural de la tierra bajo los pies, allí han superpuesto el cemento, que todo lo iguala, endurece y aisla.
Esta mañana el valle y su paisaje estaban  con su traje adusto del diario vivir, sin estridencias, sin llamar la atención, hablaban bajo, nos trasladaban su sosiego (¿porqué empeñarnos en tapar sus poros?).

Partimos con el verso de Machado “caminante no hay camino se hace camino al andar, caminante son tus huellas el camino y nada más”, hemos cumplido ese camino poco a poco esta mañana y dejamos escrita la página amable de su recorrido, pero de todo él me quedo con ese renglón de tierra removida, puesto en fila tras hurgar la entraña humilde de  ese suelo que nos ha enseñado esta mañana, que no podemos olvidar que pertenecemos a él y en él cobramos nuestro más hermoso sentido.

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